SANTA CATALINA LABOURÉ



Catalina nació el 2 de mayo de 1806, en Fain-les-Moutiers, Borgoña (Francia). Entró a la vida religiosa con la Hijas de la Caridad el 22 de enero de 1830 y después de tres meses de postulantado, 21 de abril, fue trasladada al noviciado de París, en la Rue du Bac, 140. 

La novicia estaba presente cuando trasladaron los restos de su fundador, San Vicente de Paul, a la nueva iglesia de los Padres Paules a solo unas cuadras de su noviciado. El brazo derecho del santo fue a la capilla del noviciado. En esta capilla, durante la novena, Catalina vio el corazón de San Vicente en varios colores. De color blanco, significando la unión que debía existir entre las congregaciones fundadas por San Vicente. De color rojo, significando el fervor y la propagación que habían de tener dichas congregaciones. De color rojo oscuro, significando la tristeza por el sufrimiento que ella padecería. Oyó interiormente una voz: "El corazón de San Vicente está profundamente afligido por los males que van a venir sobre Francia". La misma voz añadió un poco más tarde: " El corazón de San Vicente está más consolado por haber obtenido de Dios, a través de la intercesión de la Santísima Virgen María, el que ninguna de las dos congregaciones perezca en medio de estas desgracias, sino que Dios hará uso de ellas para reanimar la fe".

Visiones del Señor en la Eucaristía
Durante los 9 meses de su noviciado en la Rue du Bac, sor Catalina tuvo también la gracia especial de ver todos los días al Señor en el Santísimo Sacramento.

El domingo de la Santísima Trinidad, 6 de Junio de 1830, el Señor se mostró durante el evangelio de la misma misa como un Rey, con una cruz en el pecho. De pronto, De pronto, los ornamentos reales de Jesús cayeron por tierra, lo mismo que la cruz, como unos despojos desperdiciables. "Inmediatamente - escribió sor Catalina - tuve las ideas más negras y terribles: que el Rey de la tierra estaba perdido y sería despojado de sus vestiduras reales. Sí, se acercaban cosas malas".

Catalina sueña con ver a la Virgen.
El domingo 18 de Julio 1830, víspera de la fiesta de San Vicente de Paúl, la maestra de novicias les había hablado sobre la devoción a los santos, y en particular a la Reina de todos ellos, María Santísima. Sus palabras, impregnadas de fe y de una ardiente piedad, avivaron en el corazón de Sor Labouré el deseo de ver y de contemplar el rostro de la Santísima Virgen. Como era víspera de San Vicente, les habían distribuido a cada una un pedacito de lienzo de un roquete del santo. Catalina se lo tragó y se durmió pensando que San Vicente, junto con su ángel de la guarda, le obtendrían esa misma noche la gracia de ver a la Virgen como era su deseo. Precisamente, los anteriores favores recibidos en las diversas apariciones de San Vicente a Sor Catalina alimentaban en su corazón una confianza sin límites hacia su bienaventurado padre, y su candor y viva esperanza no la engañaron. "La confianza consigue todo cuanto espera" (San Juan de la Cruz).


Durante 46 años de una vida toda interior y escrupulosamente recogida, Santa Catalina permaneció fiel a su anonimato. ¡Milagroso silencio! Seis meses antes de su fin, imposibilitada de ver a su confesor, recibió del Cielo la autorización - quizá la exigencia -de revelar a su Superiora quien era la monja honrada por la Santísima Virgen por un acto de confianza sin igual.



Santa Catalina falleció dulcemente el 31 de diciembre de 1876, siendo enterrada tres días después en una sepultura cavada en la capilla de la Rue du Bac. Pasadas casi seis décadas, el 21 de marzo de 1933, su cuerpo exhumado apareció incorrupto a la vista de los asistentes. Un médico irguió los párpados de la santa y retrocedió, reprimiendo con dificultad un grito de espanto: los magníficos ojos azules que contemplaron la Santísima Virgen parecían todavía, después de 56 años de túmulo, palpitantes de vida.


La Iglesia elevó a Santa Catarina Labouré a la honra de los altares el 27 de julio de 1947 y se celebra su día el 28 de Noviembre, un día después de la fiesta de Nuestra Señora de la Medalla Milagrosa. A los tesoros de gracias y misericordias esparcidos por la Medalla Milagrosa en todo el mundo, iban a agregarse las benevolencias y favores obtenidos por la intersección de aquella que viviera en la sombra, escondida con Jesús y María.

En Rue Du Bac, descansa el cuerpo incorrupto de Santa Catalina Labouré



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