viernes, 1 de noviembre de 2013

Noviembre, el mes de Nuestra Señora.

En el mes de Noviembre de 1830, se consolida un milagro que inició en Julio del mismo año  y que hasta nuestros días sigue otorgando bendiciones por todo el mundo a quienes devotamente llevamos la Medalla Milagrosa de La Santísima Virgen Inmaculada.

“Yo soy la Inmaculada Concepción”, saluda la Santa Madre a Sor Catalina aquella madrugada de Julio, dándole a conocer su tristeza por la lejanía de los seres humanos con aquel que nos ha creado.  Con mirada suplicante nuestra Señora sostiene en sus manos el globo terrestre, y sus ojos al cielo elevan constantemente sus peticiones por nosotros.
Deseo derramar gracias sobre tu comunidad; lo deseo ardientemente. Me causa dolor el que haya grandes abusos en la observancia, el que no se cumplan las reglas, el que haya tanta relajación (…)” le habla María a Sor Catalina, “Hija mía, será despreciada la cruz, y el Corazón de mi Hijo será otra vez traspasado; correrá la sangra por las calles.  La Virgen no podía hablar del dolor, las palabras se anudaban en su garganta; tenía semblante pálido, prosigue su relato.

La Virgen, llena de su infinito amor maternal no quiere vernos padecer las graves consecuencias de nuestra desobediencia a los mandamientos de Dios, por el contrario, su deseo es que, con Su intercesión, podamos lograr la redención de nuestros pecados y la gracia de su Hijo, nuestro Salvador. Es por ello que el 27 de Noviembre de 1830, en su segunda aparición en la Rue Du Bac, la Reina Celestial da una directriz a Sor Catalina: "Haz que se acuñe una medalla según este modelo. Todos cuantos la lleven puesta recibirán grandes gracias. Las gracias serán más abundantes para los que la lleven con confianza".
María quiere que todos sus hijos encuentren el camino de la redención, por eso, con sus brazos abiertos está a la espera de que acudamos a Ella, que, en palabras de San Luis María de Monfort “es el camino más seguro, el más corto y el más perfecto para ir a Jesús”
Con gran júbilo al sabernos hijos de María, iniciemos el mes de Nuestra Señora de la Medalla Milagrosa con un corazón dispuesto a amar y conocer mucho más a nuestra Buena Madre.
 


Deberíamos implorar con fervor su ayuda y asistencia; pues Ella posee méritos exaltados con Dios, y está muy deseosa de asistirnos con sus oraciones. ¡Nadie lo puede dudar! Y quien lo haga solo podría obrar con impiedad y malicia.

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